¿Y si te dicen que sí?
Había tocado algo sagrado: el lugar donde el coraje se encuentra con la gracia...
Mateo se había pasado semanas diciendo que “no estaba seguro”. Que tal vez no era buen momento. Que quizá a ella no le interesaba. Pero la verdad era otra, más profunda y más antigua: tenía miedo. Miedo de invitar a salir a Clara y que ella le dijera que no. Miedo de que su corazón, ya expuesto, quedara desnudo ante el rechazo.
Un sábado por la tarde, su hermano menor lo escuchó repetir la misma letanía de dudas. Se rió con esa sabiduría que a veces tienen los más jóvenes y le dijo: —¿Y si te dice que sí?
Mateo no supo qué responder. Nunca había pensado en esa posibilidad. Se había preparado tanto para el dolor que había olvidado la gracia.
Esa misma noche, sin darle más vueltas, como quien finalmente se rinde, le escribió. Un mensaje simple, sin rodeos, sin máscaras: —Hola Clara, ¿te gustaría salir a tomar algo este fin de semana?
Pasaron minutos que parecieron horas de purgatorio. Luego llegó la respuesta como un eco de esperanza: —¡Sí! Me encantaría.
Lo curioso es que no fue la cita lo que más lo transformó. Fue haberse atrevido. Sentir que podía vencer su miedo, y que la vida se abría justo del otro lado del “no estoy seguro”. Había tocado algo sagrado: el lugar donde el coraje se encuentra con la gracia.
El miedo como maestro espiritual
Mucho de lo que llamamos “duda” es, en realidad, miedo vestido de prudencia. Miedo al rechazo, al ridículo, al fracaso.
Decimos “no estoy seguro”, cuando en el fondo lo que nos detiene es el “¿y si me duele?”. Pero en esta resistencia se esconde una invitación más profunda: la invitación a crecer en confianza, a expandir nuestra capacidad de amar.
El miedo no es nuestro enemigo, sino nuestro maestro espiritual más exigente. Nos enseña los límites de nuestra zona de comodidad, pero también nos señala exactamente dónde necesitamos crecer.
Cada vez que elegimos actuar a pesar del miedo, no solo vencemos una barrera externa, sino que expandimos nuestra capacidad interior de recibir la gracia.
La vida no premia a los que esperan certezas absolutas, sino a los que se atreven a caminar en la penumbra de la fe. Porque la seguridad total no existe en este lado de la eternidad, pero sí existe el valor de dar el paso confiando en que no caminamos solos.
Atrévete. Porque el “no” ya lo tienes grabado en tu corazón por el miedo, pero el “sí” puede ser el lugar donde Dios te está esperando para transformarte.
Caminos de coraje para el alma temerosa
Pregúntate con la honestidad de quien se examina ante el espejo del alma: ¿tengo dudas legítimas o tengo miedo que se disfraza de prudencia?
Imagina lo mejor que podría pasar, y permítete valorarlo más que lo peor que podría ocurrir. La esperanza no es ingenuidad, sino una forma de oración que honra las posibilidades que Dios ha sembrado en tu camino.
Hazlo antes de estar “listo”. La acción suele venir antes del valor, no al revés. A veces Dios nos invita a saltar antes de que podamos ver dónde vamos a aterrizar, confiando en que Él preparará el terreno.
Da el paso más pequeño que puedas hoy. A veces basta con un mensaje, una pregunta o una mirada. Los milagros más grandes suelen comenzar con los gestos más sencillos.
Recuerda: cada vez que eliges actuar a pesar del miedo, tu alma se hace más espaciosa. Cada acto de coraje es una oración que transforma no solo tu realidad externa, sino tu capacidad interna de recibir la gracia.
Frase para Meditar
“El miedo toca la puerta, el valor abre… y encontramos que era la gracia quien llamaba.”
Porque del otro lado de nuestros miedos más profundos, a menudo nos espera la bendición que más necesitamos.


