Carlos siempre había sido un tipo cálido. De esos que se emocionan con una canción y que abrazan sin medir el tiempo. Pero algo se fue apagando.
Todo comenzó con una traición. Un amigo al que consideraba hermano lo difamó sin razón. Luego, un socio en quien había confiado, le jugó sucio en un trato importante. Fue entonces cuando Carlos tomó una decisión silenciosa, pero radical: ya no iba a confiar tan fácil.
Desde entonces, saludaba con cortesía, pero sin entusiasmo. Escuchaba, pero sin involucrarse. Sonreía, pero sin alegría. A los ojos de los demás parecía estar bien, pero por dentro sentía que se había quedado solo en un cuarto sin ventanas.
Una noche, después de una cena en casa de su hermana, se ofreció a lavar los platos. Mientras lo hacía, escuchó a su sobrina de seis años decirle a su mamá: "¿Por qué el tío Carlos ya no juega conmigo como antes? Ya no se ríe".
Ese comentario lo atravesó. Sin filtros, sin teorías, sin explicaciones. Se fue al auto, se sentó al volante y se quedó ahí llorando. Llorando de verdad. Como hacía años no lo hacía.
Lo que nos enseña Carlos
El corazón humano no fue hecho para cerrarse, sino para amar. Es cierto que, al abrirlo, uno se arriesga al dolor, pero al cerrarlo, uno se garantiza la soledad.
Carlos no necesitaba más protección, sino más sanación. A veces creemos que endurecer el alma es sabiduría, cuando en realidad es miedo. Y el miedo no nos protege, nos limita. Lo que más necesitamos no es blindarnos, sino aprender a confiar de nuevo. Sanar. Llorar si hace falta. Y volver a apostar por el amor.
El profeta Ezequiel habla de esto con una belleza que conmueve: "Les daré corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; y quitaré de su carne el corazón de piedra, y les daré un corazón de carne" (Ezequiel 36,26).
Dios no quiere que vivamos con el corazón petrificado por el dolor.
Porque lo que realmente nos da la alegría es el amor.
Cómo volver a abrir el corazón
Reconoce tus heridas. No puedes sanar lo que no nombras. Jesús mismo nos enseña que la verdad nos libera, y esa libertad comienza por ser honestos con nosotros mismos.
Permítete sentir. No reprimas el llanto ni la emoción. Ambos son señales de vida. Hasta Jesús lloró por Lázaro, y no por debilidad, sino por amor.
Busca apoyo. Un buen amigo, una comunidad o incluso ayuda profesional pueden acompañarte en el proceso. Como dice la Escritura: "Más valen dos que uno solo" (Eclesiastés 4,9).
Pide a Dios un corazón nuevo. Él no solo consuela, también transforma.
Empieza por pequeños gestos. Sonríe, juega, escucha con el alma. El corazón se ablanda con actos cotidianos de amor, como quien ejercita un músculo que ha estado atrofiado.
Una frase para la semana
Cerrar el corazón puede evitarte heridas, pero también te roba la vida.