¡Nuestra verdadera identidad!
Segunda parte: abre tu corazón a Jesús
«Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; al contrario, somos la suma del amor del Padre a nosotros y de nuestra capacidad real de llegar a ser imagen de su Hijo».
Si realmente creyéramos estas palabras de Juan Pablo II, ¿cómo cambiaría nuestra vida?
Cuando dejamos de identificarnos con nuestros fracasos, experimentamos una profunda libertad interior. Ya no estamos atados a nuestro pasado, a nuestras heridas, a nuestros pecados. Podemos mirarlos con honestidad, pero sin que nos definan.
Esta libertad nos permite avanzar, crecer, arriesgarnos a amar de nuevo, incluso después de haber sido heridos.
Además, si nuestra identidad está en el amor del Padre, entonces tenemos una esperanza inquebrantable. No importa cuántas veces caigamos, siempre podemos levantarnos. No importa cuán oscuro sea nuestro pasado, nuestro futuro puede ser luminoso.
La esperanza no es un optimismo ingenuo. Es la certeza de que Dios puede sacar bien incluso de nuestros errores, de que ninguna situación está más allá de Su poder redentor.
Y es que cuando nos sabemos amados incondicionalmente, podemos amar de la misma manera. Ya no amamos para recibir, para llenar vacíos, para satisfacer necesidades. Amamos porque hemos sido amados primero.
Este amor auténtico transforma nuestras relaciones. Nos hace capaces de perdonar, de comprender, de acompañar a otros en su propio camino.
¿Cómo vivir desde esta identidad?
No basta con conocer intelectualmente esta verdad. Necesitamos vivirla, experimentarla, hacerla nuestra. ¿Cómo?
1º Contemplando a Cristo
En la oración, especialmente en la contemplación de los evangelios, descubrimos el rostro de Cristo. Y en Él, descubrimos también nuestro verdadero rostro, nuestra verdadera identidad.
Dedica tiempo cada día a estar con Jesús. No para pedirle cosas, sino para dejarte mirar por Él, para dejarte amar por Él.
2º Recibiendo los sacramentos
En los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y la Reconciliación, experimentamos de manera tangible el amor del Padre. Son encuentros reales con Cristo que nos transforman desde dentro.
No los recibas como rutinas vacías, sino como oportunidades para renovar tu identidad, para recordar quién eres realmente.
3º Viviendo en comunidad
No podemos vivir esta identidad en solitario. Necesitamos hermanos y hermanas que nos recuerden quiénes somos cuando lo olvidamos, que nos sostengan cuando caemos, que celebren con nosotros cuando nos levantamos.
La Iglesia, con todas sus imperfecciones, es esa familia donde podemos crecer juntos hacia nuestra verdadera identidad.
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Un llamado final
¡Qué liberador es saber que no estamos condenados a ser lo que hemos sido! ¡Qué esperanzador es descubrir que nuestra identidad más profunda es ser hijos amados del Padre!
Hoy, en este momento, puedes comenzar a vivir desde esta verdad. Puedes mirar tus debilidades y fracasos no como definitorios, sino como oportunidades para experimentar el amor redentor de Dios.
Puedes mirarte al espejo y ver, más allá de tus imperfecciones, el reflejo del amor del Padre y la imagen de Cristo que estás llamado a ser.
¿Te atreves a creerlo? ¿Te atreves a vivir desde esta identidad?
¡No tengas miedo! Como diría el mismo Juan Pablo II: "¡Abre las puertas a Cristo!" Abre tu corazón a esta verdad liberadora y deja que transforme toda tu vida.


