¿Alguna vez te has preguntado quién eres realmente? ¿Te has definido por tus errores, por tus caídas, por esas veces que no has estado a la altura? ¡Cuántas veces nos miramos al espejo y solo vemos nuestras imperfecciones!
San Juan Pablo II nos regala una verdad liberadora que necesitamos escuchar una y otra vez: «Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; al contrario, somos la suma del amor del Padre a nosotros y de nuestra capacidad real de llegar a ser imagen de su Hijo».
¡Qué palabras tan poderosas! ¡Qué mensaje tan revolucionario en un mundo que constantemente nos define por nuestros logros, apariencia o productividad!
Nuestra verdadera identidad
Esta frase del Santo Padre contiene una profunda verdad. Analicémosla paso a paso:
1. No somos nuestros fracasos
¡Cuánto nos cuesta creer esto! Tendemos a identificarnos con nuestras caídas, con nuestros pecados, con nuestras debilidades. Nos decimos: "Soy un fracasado", "Soy un desastre", "Nunca cambiaré".
Pero el Papa nos recuerda que esa no es nuestra identidad verdadera. Esas voces que nos condenan no vienen del Padre. El pecado no define quiénes somos, aunque a veces lo experimentemos con tanta fuerza que parece imposible separarlo de nuestra identidad.
Todos nos hemos sentido así alguna vez. Como si nuestras debilidades fueran tan grandes que no hay espacio para nada más. ¡Pero es una mentira! Una mentira que nos mantiene atados, que nos impide volar.
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2. Somos el amor del Padre
¡Esta es nuestra verdadera identidad! No lo que hacemos, sino lo que recibimos. No nuestros logros, sino Su amor gratuito.
A mí me gusta pensar en esto como en un espejo. Cuando nos miramos en el espejo del mundo, vemos nuestras imperfecciones. Pero cuando nos miramos en el espejo del amor de Dios, vemos nuestra verdadera belleza, nuestra dignidad infinita.
El amor del Padre no es un sentimiento pasajero. Es una realidad constante, inquebrantable, eterna. Es el fundamento sobre el que podemos construir toda nuestra vida.
3. Nuestra capacidad de ser imagen de Cristo
¡No estamos condenados a repetir nuestros errores! Tenemos una capacidad real —no imaginaria— de transformarnos, de crecer, de llegar a ser imagen de Cristo.
Esta capacidad no viene de nuestras fuerzas, sino de la gracia. Es un don que recibimos en el bautismo y que se renueva cada vez que nos acercamos a los sacramentos, cada vez que oramos, cada vez que amamos.