No te cases para cambiar a alguien
Clara miraba fijamente el anillo que llevaba puesto...
A la hora del postre, Clara miraba fijamente el anillo que llevaba puesto. No era grande ni espectacular, pero representaba un paso que iba a cambiarlo todo. Estaba comprometida. Había dicho que sí. Y sin embargo, algo dentro de ella no terminaba de estar en paz.
“¿Qué te pasa?”, le preguntó su papá con voz suave, como quien ya sabe la respuesta.
Ella respiró hondo. “Es que no sé… Algunas cosas no me gustan. Es impaciente, duro cuando habla, y a veces siento que no me ve de verdad. Pero yo sé que va a cambiar. Yo voy a ayudarlo. Con amor, lo voy a transformar”.
Su papá se quedó en silencio unos segundos. Luego, le puso la mano en el hombro y le dijo algo que ella no olvidaría jamás:
“No te cases con alguien por lo que crees que será, sino por lo que es hoy. Porque nadie debería ser un proyecto que necesita arreglos para ser amado”.
Clara no respondió. Solo bajó la mirada. Y por primera vez, se preguntó si estaba confundiendo amor con ilusión.
Lo que nos enseña esta conversación
Hay decisiones en la vida que no se pueden tomar desde el “ojalá”. Casarse con alguien, emprender un camino o iniciar un compromiso profundo no puede basarse en lo que esperamos que el otro llegue a ser.
Es verdad que todos estamos en proceso. Pero una cosa es acompañar el crecimiento del otro desde el amor real, y otra muy distinta es comprometerse con la idea de “cambiarlo”.
Amar no es remodelar. Amar es mirar al otro con los ojos abiertos, con ternura, pero sin fantasías. Como nos enseña San Pablo: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso” (1 Corintios 13,4). Pero este amor también debe ser verdadero, no ilusorio.
El verdadero cambio, cuando llega, no lo provoca el deseo de control, sino el milagro de una presencia que inspira. Jesús mismo transformó vidas, pero nunca forzó a nadie. Esperó que cada persona decidiera libremente acercarse a Él.
Cómo amar sin ilusiones
Mira bien antes de comprometerte. El amor no necesita prisa. Como dice el Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Eclesiastés 3,1). No hay prisa que valga cuando se trata de decisiones que marcarán toda una vida.
No ignores tus inquietudes. Lo que hoy minimizas puede doler mucho mañana. El corazón tiene una sabiduría que no debemos silenciar. Si algo no encaja, escucha esa voz interior que Dios puso en ti.
Acepta al otro tal como es ahora. Si no puedes, detente. Esto no es falta de amor, sino honestidad. Amar verdaderamente es reconocer la dignidad del otro tal como es, sin condiciones ni proyectos de mejora.
Ama con realismo, no con expectativas mágicas. El amor maduro ve las virtudes y los defectos, y elige amar a la persona completa, no a una versión editada.
Recuerda que nadie cambia por obligación. Cambiamos por amor, sí, pero el amor empieza con verdad. Y la verdad es que cada persona tiene su propio tiempo y su propio camino hacia la transformación.
Una frase para la semana
No te cases con una versión futura de alguien. Ama su verdad presente, o suéltala con paz. Porque el matrimonio, como nos enseña la Iglesia, es un sacramento que une a dos personas reales, no a dos proyectos. Y en esa realidad, sin máscaras ni ilusiones, es donde puede florecer el amor verdadero que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros.


