A los 38 años, Raquel parecía tenerlo todo. Dos hijos sanos, un matrimonio estable, un puesto directivo en una empresa internacional. Pero cada vez que sonaba el despertador, sentía un hueco en el estómago que ningún logro profesional había conseguido llenar. Era como si viviera una vida hermosa que no le pertenecía del todo.
Una mañana, mientras tomaba café en la cocina y revisaba mentalmente la agenda del día, su hijo menor le preguntó con esa curiosidad inocente que desarma: —Mamá, ¿tú querías ser jefa cuando eras niña?
La pregunta le cayó como un cubetazo de agua fría, como esas verdades que llegan envueltas en palabras sencillas.
Se rió, esquivó la respuesta y lo apuró al colegio. Pero la pregunta resonaba en su cabeza como un eco que no se apagaba.
Al día siguiente, se sentó en un parque con una libreta y escribió con la urgencia de quien finalmente se atreve a mirar dentro: "¿Quién soy sin mi título? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué me hace feliz de verdad?"
La última vez que se había preguntado eso tenía 22 años. Desde entonces, había ido tachando logros sin detenerse, como si la vida fuera una lista que alguien más escribió por ella y que ella se limitaba a cumplir con eficiencia pero sin alma.
A partir de ese día, empezó a hacer espacio para el silencio. Se inscribió a un retiro, se reencontró con su fe, retomó la escritura que había abandonado en los cajones de la adolescencia. No renunció a su trabajo, pero cambió su forma de estar en él. Aprendió a darle sentido, a correr menos, a respirar entre una reunión y otra.
El silencio como lugar de encuentro con lo eterno
Vivimos ocupados, acelerados, distraídos por el ruido constante de una época que teme al silencio. El celular vibra, los pendientes se acumulan, el miedo al futuro nos aprieta el pecho. Y en medio de tanto, a veces se nos olvida detenernos a pensar en lo esencial, en aquello que da sentido a todo lo demás.
¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
Tres preguntas. Tan simples y tan profundas que pueden cambiar el rumbo entero de tu vida. Son las preguntas que los místicos de todas las tradiciones han sussurrado al oído de Dios, las mismas que resuenan en el corazón de cada ser humano que se atreve a detener el ruido y escuchar.
La identidad, la misión y el destino. Tres coordenadas que forman el mapa de una vida bien vivida, de una existencia que no solo transcurre sino que se vive conscientemente.
Caminos para volver a lo esencial
Haz espacio para el silencio. Aunque sea cinco minutos al día. Apaga todo. Respira. Escúchate. Escucha a Dios.
Anota tus respuestas como quien escribe una carta a su yo más auténtico. No tienen que ser perfectas o definitivas. Solo tienen que ser sinceras.
Busca guía como quien busca un compañero de camino. Un director espiritual, un buen libro, alguien que te ayude a profundizar en el territorio del alma.
Haz pequeños ajustes como quien ajusta la brújula en el camino. Una vida con rumbo se construye paso a paso, decisión tras decisión.
Frase para meditar
Solo quien sabe quién es, sabe lo que vale. Y solo quien sabe a dónde va, camina con libertad.