C.S. Lewis lo vivió en carne propia. Tras perder a su esposa Joy por cáncer, se sintió como un barco a la deriva. En una carta escribió que seguía flotando, pero sin rumbo. Joy había sido su alegría inesperada, su milagro tardío en la vida.
El dolor era tan real que lo dejó al borde de perder la esperanza. Caminaba por los mismos lugares donde solían estar juntos. Veía las tazas vacías, los libros abiertos, esos detalles que reflejan el amor cotidiano. Todo en la casa gritaba: "ya no está". Todo en su alma protestaba: "esto no puede ser el final".
Pero fue justamente en esa oscuridad donde descubrió algo increíble: el deseo ardiente de volver a ver a su esposa y la negativa a aceptar que la muerte tuviera la última palabra no eran autoengaño. Era una señal. Una grieta de luz por donde se colaba la promesa de eternidad.
Lo dice una de sus frases más poderosas: "Si encuentro en mí mismo un deseo que nada de este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui hecho para otro mundo."
Lo que podemos aprender
No hay dolor más humano que perder a alguien que amamos. Sin embargo, incluso en medio del duelo, algo en el corazón se rebela: esto no puede terminar así. Ese "algo" es esperanza. No cualquier esperanza, sino la que Dios sembró en nosotros.
El Evangelio no promete una vida sin lágrimas, pero sí una eternidad sin muerte. Como dice San Pablo: "No ponemos nuestra mirada en lo visible, sino en lo invisible; pues lo visible es pasajero, pero lo invisible es eterno" (2 Corintios 4,18).
La esperanza cristiana no es escapismo, sino dirección. Es saber que esta vida es solo el primer capítulo, no el final. El deseo de plenitud que llevamos dentro no es exagerado: es la certeza de que la promesa se cumplirá.
Cómo vivir con los pies en la tierra y el corazón en el cielo
No silencies tu deseo de más. No es un defecto, es brújula. Escucha lo que dice ese anhelo profundo que no se conforma con menos.
Cuida tu alma como una semilla eterna. Lo que vives aquí es preparación, no destino final.
Cuando sufras, no calles tu dolor, pero tampoco apagues tu esperanza. Una vida que ama no puede evitar sufrir, pero tampoco dejar de esperar.
Riega cada día con gestos con sabor a cielo: una oración sencilla, una entrega callada, una mirada limpia.
Un recordatorio para la semana
La eternidad no es evasión: es la patria del corazón.