Desde joven, su corazón era pura inquietud. Quería conocerlo todo, amarlo todo, vivirlo todo. Era brillante, inquieto, elocuente. Quienes lo escuchaban quedaban fascinados. Pero cuando se apagaban los aplausos y se iba la gente, sentía un vacío que no lograba entender.
Probó el placer, el éxito, la fama. Cambiaba de ciudad, de ideas, de pareja. Buscaba sin descanso esa plenitud que tanto deseaba. Pero siempre llegaba el mismo momento: la noche, el silencio, la soledad. Y con ella, la pregunta: “¿y esto es todo?”
Una noche, en un jardín de Milán, ya al borde de la desesperación, rompió en llanto. Lloró por su confusión, por sus errores, por su incapacidad de encontrar lo que tanto buscaba. Fue entonces cuando escuchó una voz como de niño: “Toma y lee”.
Obedeció. Abrió un libro que tenía cerca: las cartas de san Pablo. Y allí leyó unas palabras que le atravesaron el alma. Sintió, por primera vez, que Dios lo miraba, lo comprendía y lo llamaba.
No fue magia. No fue un escape emocional. Fue una herida que se abrió para sanarse. En ese momento, Agustín entendió que su búsqueda no era el problema. El problema era a quién le pedía la respuesta. Había buscado en todo... excepto en Dios.
¿Qué nos enseña esto?
La historia de san Agustín no es la de un hombre que lo tuvo todo y se cansó. Es nuestra historia.
Porque también nosotros llevamos dentro un anhelo que no se apaga. Un deseo profundo de ser felices, de ser amados sin condiciones, de sentirnos plenos. Y como él, muchas veces buscamos saciar esa sed con cosas que no pueden hacerlo: el éxito profesional, las relaciones, el entretenimiento constante, los logros...
Pero al final del día, algo nos sigue faltando. Y no es por capricho ni debilidad. Es porque fuimos hechos para más. Como decía el propio Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”
¿Cómo saciar esa sed del alma?
Haz silencio. Un corazón agitado no puede escuchar lo que en verdad necesita. Regálate cinco minutos sin ruido.
Cuestiónate con honestidad. ¿Qué me prometió felicidad y no me la dio? ¿Dónde estoy poniendo mi esperanza?
Vuelve al origen. Agustín encontró a Dios en la Escritura. Puedes empezar con los Salmos o el Evangelio de Juan.
Habla con Él. No hace falta una oración perfecta. Basta un “estoy aquí y no sé cómo seguir”.
Permítete ser buscado. No eres tú quien encuentra a Dios. Es Él quien sale a tu encuentro. Solo déjate encontrar.
Una frase para la semana
Hay una sed en tu corazón que nada de este mundo puede apagar. Porque es una sed de infinito. Y solo el Infinito puede llenarla.