El verdadero sentido del acto sexual
No eres una cosa
Vivimos en un mundo donde todo se mide, se pesa, se compra o se descarta. Un mundo donde incluso lo más sagrado puede volverse mercancía. En este mundo materialista, todo se ha vuelto cosa. Y cuando todo es cosa, la persona también corre el riesgo de ser tratada como tal.
Cuando la persona se convierte en un objeto, también su cuerpo deja de ser misterio y se vuelve algo para usarse.
El acto sexual, que debería ser la expresión más íntima y sagrada de entrega personal, se convierte en un simple gesto biológico o una descarga de deseo. Pero… ¿acaso no llevas dentro de ti algo que se rebela ante esa reducción? ¿No arde en lo más profundo de tu alma una intuición de que tu cuerpo no es una simple máquina, y tu sexualidad no es solo placer?
San Juan Pablo II escribió:
“El cuerpo, de hecho, y sólo él, es capaz de hacer visible lo invisible: lo espiritual y lo divino.” (Teología del Cuerpo, audiencia del 20 de febrero de 1980)
Tu cuerpo tiene un lenguaje. Tu sexualidad tiene un significado. No estás hecho solo de materia: eres una persona, y como tal, llevas inscrita una vocación al amor y a la comunión.
Descosificarnos
Por eso, si queremos redescubrir el verdadero sentido de la sexualidad, necesitamos des-cosificarla. Es decir, liberarla de esa visión reduccionista que la ve como entretenimiento, transacción o consumo. Necesitamos personalizarla. Es decir, devolverla al ámbito del don y de la comunión.
La Teología del Cuerpo que desarrolló Juan Pablo II nos enseña que la sexualidad es un lenguaje del amor, no un simple acto biológico. No es un fin en sí misma, sino el signo visible de una entrega total.
“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente.” (Redemptor Hominis, n. 10)
Cuando el cuerpo se vuelve lenguaje del amor verdadero —ese amor que busca el bien del otro y no su uso— entonces la sexualidad alcanza su plenitud. El acto sexual deja de ser una cosa y se convierte en una palabra pronunciada desde el alma. Ya no es solo un placer compartido, sino una comunión de personas.
La verdadera revolución sexual no es la que nos prometieron en los años 60, sino la que nos propone Cristo: redimir el deseo, no reprimirlo ni desatarlo sin rumbo. Elevarlo. Integrarlo. Vivirlo en la verdad del amor.


