¡Quiero darte la bienvenida a El arte de vivir!
Esta newsletter es la transformación de la que venías recibiendo. Más que un cambio de nombre, es una nueva etapa: ahora te acompañaré cada semana con historias que tocan el corazón, con reflexiones sencillas pero profundas, y consejos prácticos para vivir con más plenitud, propósito y paz interior.
Porque a vivir también se aprende. Y aquí lo aprendemos juntos.
Cuando el futuro da miedo
El accidente ocurrió en la madrugada de un jueves. Mariana estaba dormida cuando sonó el teléfono. Del otro lado, una voz entrecortada: "Sofía tuvo un accidente. No sobrevivió".
En ese instante, algo se rompió por dentro. Sofía era su amiga del alma, su cómplice de universidad, su hermana elegida. Tenían 32 años y toda la vida por delante. O eso creían.
Durante semanas, Mariana no pudo dormir sin revisar que la puerta estuviera bien cerrada. No podía planear nada más allá del fin de semana. Le angustiaba que sus padres envejecieran, que su esposo la dejara, que algo le pasara a su perro. Todo se volvió amenaza. El futuro no era más que una trampa en la que caería tarde que temprano.
"¿Y si mañana también se lo lleva todo?" pensaba mientras veía llover desde la ventana de su cuarto. Su cuerpo se tensaba con facilidad: hombros encogidos, puños apretados, el pecho hecho un nudo.
Con la ayuda y sostén de su esposo empezó terapia. Aprendió a ponerle nombre al miedo, a respirar con conciencia, a distinguir lo real de lo imaginado. Eso la ayudó mucho. Pero no fue hasta que, un día, en una pequeña capilla vacía, simplemente se rindió.
Se sentó, lloró, y dijo en voz baja: "Señor, ya no puedo. Haz Tú el futuro, yo solo quiero vivir contigo el presente". Y algo —leve, apenas un chizpazo— se encendió dentro. No era certeza, era paz.
Lo que nos enseña el dolor de Mariana
Cuando la vida nos hiere profundamente, el futuro se transforma en enemigo. Perdemos esa ilusión de control que nos hacía sentir seguros y descubrimos que cualquier plan puede desmoronarse en un instante. Pero quizás ahí radica el problema: no fuimos hechos para controlar, sino para confiar.
El trauma de la pérdida repentina nos revela una verdad incómoda pero liberadora: nunca tuvimos realmente el control.
Lo que tenemos es algo mucho más profundo y transformador: la capacidad de abandonarnos en las manos de Quien sí conoce cada momento, cada respiración, cada latido.
La terapia, el tiempo y el amor ayudan enormemente en este proceso. Pero existe una herida que solo se sana con el abandono sagrado: ese acto de fe que nos lleva a soltar el miedo y descansar en la certeza de que no caminamos solos.
Como nos recuerda Jesús: "No andéis preocupados por vuestra vida, qué habéis de comer, ni por vuestro cuerpo, con qué os habéis de vestir" (Mateo 6,25). No porque el futuro sea predecible, sino porque está sostenido por unas manos infinitamente amorosas.
Cómo sanar el miedo al futuro
Reconoce tu herida. El miedo siempre nace de un dolor que necesita ser nombrado y acompañado. No minimices lo que sientes; tu alma está procesando algo real y profundo.
Habla con alguien. No fuiste creado para cargar sola este peso. Encuentra a esa persona que puede escucharte sin juzgarte, que puede sostener tu dolor sin intentar arreglarlo de inmediato.
Haz espacio para el silencio. Tu alma necesita respirar, encontrar esos momentos sagrados donde puede descansar de la ansiedad y reconectarse con la presencia de Dios.
Cada día, entrégale tu vida a Dios como una hoja en blanco. No como resignación, sino como confianza activa. Cada mañana, repite esa oración que transformó a Mariana: "Haz Tú el futuro, yo solo quiero vivir contigo el presente".
Una frase para recordar
Quien se abandona en Dios no pierde el control, gana la paz.
Me encantó la Reflexión, muchas gracias Padre Adolfo ✨️✨️Bendiciones
Buenas tardes Padre Adolfo, muchas gracias y felicitaciones por sus reflexiones siempre acertadas, estimulantes, aportando tanto en el crecimiento de nuestra Fe. Sin duda, El Arte de vivir continua su noble y bella misión.
Cuente con mis oraciones.
Dios le bendiga y Nuestra Madre Santísima le proteja siempre.