Durante años, Claudia vivía con esa angustia silenciosa que muchos conocemos: el miedo a la muerte. No era algo que pudiera explicar fácilmente. No había enfrentado una enfermedad grave ni había perdido a alguien muy cercano. Simplemente no quería desaparecer.
En las noches, se le aceleraba el corazón pensando en ese momento final. Imaginaba el silencio, la oscuridad, la nada. Y eso la paralizaba.
Una tarde, mientras hojeaba un pequeño libro de oraciones antiguas, encontró un poema que le detuvo el alma: "No me mueve, mi Dios, para quererte..."
Lo leyó una vez. Luego otra. Y otra.
En la tercera lectura, rompió en llanto. No de tristeza, sino de alivio. Comprendió algo que nunca había entendido del todo: que el amor verdadero no teme la muerte, porque la trasciende. Que si uno ama a Dios no por miedo ni por premio, sino por amor mismo, entonces no hay nada que temer.
Desde ese día, Claudia no dejó de tener preguntas, pero su miedo fue perdiendo fuerza. Ya no se aferraba a esta vida como quien se cuelga del borde de un abismo, sino como quien camina hacia una casa conocida, a un abrazo anhelado.
Lo que nos enseña esta experiencia
Muchos cargamos con ese miedo silencioso: el miedo a morir. Nos distraemos, nos ocupamos, hacemos planes, pero en el fondo hay una inquietud que no se va.
La muerte asusta cuando creemos que es el final. Pero si la miramos como paso, como inicio, como encuentro, entonces todo cambia. Y esa transformación no suele venir de grandes argumentos, sino de pequeñas revelaciones.
Como nos recuerda Jesús: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, ya os lo habría dicho; voy a prepararos sitio" (Juan 14,2). La muerte no es caer al vacío, sino llegar a casa.
El camino para reconciliarte con la idea de la muerte
Pregúntate con honestidad: ¿qué es exactamente lo que temes? ¿El dolor? ¿La separación? ¿La incertidumbre? Nombrar el miedo es el primer paso para transformarlo.
Habla con alguien que haya perdido a un ser querido y haya encontrado paz. Escuchar su testimonio puede abrir una ventana de esperanza.
Dedica unos minutos al día para orar o meditar en silencio, imaginando el cielo como un hogar donde ya todo está bien.
Entrégale tu miedo a Dios. No intentes resolverlo solo. Simplemente dile: "Aquí está. Te lo doy".
Considera apoyarme en mi vida y misión:
Una frase para la semana
La muerte no es el final del amor. Es su plenitud.
Gracias Padre, lo comparto con mi familia y amigos. Bendiciones 🙏🏻
Difícil aceptarlo. Hay que trabajarlo..