Tenía las manos sudadas, aunque no hacía calor.
Era sábado por la mañana y Dan había quedado de verse con Rody en el gimnasio. No era una cita cualquiera. No era para hablar de estrategias ni de campañas. Era una conversación que le había costado demasiado admitir que necesitaba tener.
Llevaba semanas dándole vueltas a un pensamiento incómodo. "¿Y si me estoy conformando?"
Cada vez que lo pensaba, se le encogía el estómago. Tenía todo para estar tranquilo: un negocio que funcionaba, una vida cómoda, reconocimiento. Pero en el fondo, sabía que estaba jugando a lo pequeño.
Cuando por fin se sentaron a tomar café, Dan no dio rodeos: —Rody, tenemos que cambiarlo todo. —¿Todo? —preguntó él, desconcertado.
Dan sacó una libreta, dibujó el nuevo modelo de negocio y dijo: —Sé que va a ser difícil. Pero sé también que es lo que tengo que hacer.
Tenía miedo. Pero más miedo le daba mirar atrás en unos años y darse cuenta de que no lo había intentado.
La inquietud que quita la comodidad
Hay una inquietud sagrada que visita el corazón cuando la vida se vuelve demasiado cómoda. Es como si el alma reconociera que fue creada para algo más amplio que la simple supervivencia o el confort.
Esta inquietud no es enemiga de la paz; es su precursora más profunda.
Como le dijo el Señor a Josué: "Esfuérzate y sé valiente. No temas ni te acobardes, porque contigo está el Señor tu Dios dondequiera que vayas" (Josué 1,9).
El miedo que sentimos ante los grandes cambios no es simplemente una reacción emocional. Puede ser la llamada a trascender lo que somos para convertirnos en lo que estamos destinados a ser.
Cada vez que enfrentamos la posibilidad de dar un paso hacia lo desconocido, participamos en el misterio mismo de la fe. San Pablo comprendió esta paradoja cuando escribió: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Corintios 12,10).
Nadie hace algo grande sin miedo. El miedo no es el problema; el problema es quedarte ahí.
Todos tenemos excusas —familia, dinero, comodidad—, pero también tenemos una vida para dar y sueños por los que vale la pena luchar.
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Las claves para dar el paso con miedo
Nómbralo con compasión: ¿Qué es exactamente lo que te da miedo? Ponerle nombre lo desarma, pero hazlo con la misma ternura con que hablarías a un amigo querido.
El miedo no es tu enemigo; es la voz de la parte de ti que ha aprendido a protegerte. Reconócelo, agradécele su intención, y luego invítalo a acompañarte en lugar de detenerte.
Conecta con tu "para qué" más profundo: ¿Por qué vale la pena dar ese paso? ¿Qué historia te gustaría contar dentro de cinco años? Más allá de las metas externas, pregúntate: ¿cómo quiere Dios que yo crezca a través de este desafío?
Da un paso pequeño hoy: No esperes sentirte valiente. La acción viene antes del coraje. Cada pequeño acto de valentía es una oración hecha carne, una declaración de fe en la bondad de Dios y en tu propia capacidad de crecimiento.
Recuerda que no estás solo: El coraje no es un ejercicio solitario. Está sostenido por la presencia amorosa de Dios, por la comunidad que te rodea, y por todas las personas que antes que tú han elegido la valentía sobre la comodidad.
Frase para la semana
El coraje no es no tener miedo. Es decidir que algo es más importante que el miedo.